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COMUNIDAD, SIMPLICIDAD MATERIAL Y PAZ 

20 octubre, 2022 - Sin categoría

Gregorio López Sanz 25-07-2022

Esto que escribo no puedo comentarlo con la mayor parte de la gente que me rodea. No sé si es porque nos cuesta aceptar mensajes que cuestionan nuestro estilo de vida o porque el carpe diem (vive el momento) asume directamente que no hay futuro, por lo que no cabe preocuparse por ello. Da igual que ese futuro tenebroso y distópico ya esté aquí, no queremos verlo. Como dice la sabiduría popular: “Las cosas se tienen que poner peor aún para que veamos las orejas al lobo”.

Ulises quería volver a Ítaca, a sus orígenes. Se las ingenió para conocer el mundo, no endiosarse y permanecer cuerdo. Nosotros, en cambio, somos presa de los cantos de sirena del capitalismo y el consumismo. Engreídos/as por nuestro apellido sapiens, nos comportamos, nunca mejor dicho, como si no hubiera un mañana.

Cenizos, aguafiestas, pesimistas, agoreros/as,… Estos son los calificativos que solemos recibir quienes cuestionamos en voz alta el funcionamiento de la sociedad actual, por entender que conduce sin remedio a un final de extinción y/o exterminio para buena parte de la vida en general y de la humanidad en particular. Consumir y contaminar más y más en un planeta finito y vulnerable nos ha llevado a darnos de bruces contra los límites físicos de la biosfera, a cavar nuestra propia tumba. Pero no todas las personas son responsables por igual de esta deriva ecocida y suicida. Lo somos principalmente las que habitamos en los países más “desarrollados” y/o con mayores niveles de ingresos, que tenemos estilos de vida más consumistas, aceleradores de la degradación irreversible de la Tierra en términos climáticos y de biodiversidad.

El informe “Los límites del crecimiento”, elaborado por un puñado de científicos/as en 1972, advertía hace medio siglo que el crecimiento económico se vería limitado por el agotamiento de fuentes de energía y materias primas. Hoy, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), reconoce que esas profecías se han hecho realidad, y que toca acometer un cambio muy profundo y rápido en el funcionamiento de nuestras sociedades, si no queremos acabar en un escenario climático de sálvese quien pueda. Incluso hay quienes afirman, conforme se agudizan y precipitan los fenómenos meteorológicos extremos, que se acabó el tiempo, que lo más que podemos hacer es prepararnos para afrontar las consecuencias devastadoras del colapso, en ningún caso evitarlo.

Por civilizadas entendemos aquellas sociedades que han conseguido un elevado grado de “progreso” social y material. Ocultamos, sin embargo, que para alcanzar el mismo los imperios y países deben desplegar políticas de violencia y guerra por doquier, dentro y fuera de sus fronteras. Civilización y paz son un oxímoron, es decir, términos contradictorios. La actual globalización planetaria (económica, ambiental, cultural, política), es una nueva vuelta de tuerca del capitalismo terminal, que nos conduce a marchas forzadas a un escenario de colapso ecológico y social, que tras cebarse primero con países y territorios menos desarrollados (expansión colonial), está entrando sin pedir permiso en el corazón de la civilización.

Las personas de menos de 70 años de este país, que nacimos y crecimos en pueblos y ciudades donde se cubrían y cubren de forma relativamente fácil las necesidades básicas, no tenemos ni idea de las carencias y angustias que apenas unos años antes sufrieron nuestras abuelas/os y madres/padres. Hambre, enfermedad, guerra y muerte, los cuatro jinetes del Apocalipsis. Si creemos que estas plagas son cosa del pasado, cuentos de nuestras abuelas/os, que en las sociedades modernas eso no puede volver a ocurrir, demostramos que no aprendemos nada de la historia y que estamos condenados a repetirla, solo que ahora a una escala mucho mayor.

El aumento de los precios de los combustibles, de la electricidad y de los alimentos, que sufren todos los hogares en todo el mundo, está directamente relacionado con el agotamiento y la caída de la producción de combustibles fósiles, auténtico motor de la economía global. Con menos petróleo, con menos gas, todo se tambalea. Sin embargo, para desviar la atención de las verdaderas causas, se traslada a la opinión pública que una guerra en el corazón de Europa es la razón de estos aumentos de precios. El “sistema” funciona así, señalando como enemigos/as, o peor aún, como chiflados/as, a quienes se atreven a decir que “el Emperador está desnudo”, depositando su confianza ciega en que nuevos avances tecnológicos lograrán sacarnos del callejón sin salida en que nos encontramos. Olvidando, una vez más, que ha sido una revolución industrial y tecnológica desbocada la que nos ha traído hasta este acantilado. La fuerza de inercia, aunque queramos frenar en el último momento, nos empujará sin remedio al abismo.

Pensadoras/es de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, atravesadas/os por los horrores de dos guerras mundiales, dictaduras genocidas y un sinfín de conflictos bélicos locales, en las reflexiones al final de sus vidas tenían una obsesión: la paz. La resolución serena y no violenta de las diferencias entre los pueblos y sus gentes. Sufrir en propias carnes la brutalidad, el odio, el expolio y el desprecio por la vida, los traumatizó para siempre. Tuvieron muy claro que el respeto a la vida debe estar por encima de todo, y si no es así, no hay futuro que merezca la pena. Y no respetamos la vida, tanto cuando no se cumplen los derechos humanos, como cuando deterioramos nuestro medio ambiente hasta convertirlo en un entorno hostil y mortal para nuestra existencia y la de otros seres vivos.

Todas las personas, con independencia de la cultura y el período histórico que les haya tocado vivir, tienen las mismas necesidades básicas: alimentación, vivienda, salud, seguridad y relaciones sociales. Las diferencias vienen en la forma en que cada persona o sociedad satisface dichas necesidades. En este punto, el capitalismo globalizado se caracteriza por ser un sistema de organización social de gran complejidad estructural, absolutamente dependiente de fuentes de energía y materiales no renovables (petróleo, gas, carbón, cobre, cobalto, litio, aluminio). Por tanto, es muy vulnerable ante problemas en el suministro de las mismas.

Y en esas nos encontramos en este preciso momento. Una civilización que comienza a desmoronarse porque ha basado sus cimientos sobre la disponibilidad de energía fósil abundante y barata, que ahora se está convirtiendo en escasa y cara, y cuyo uso masivo ha cambiado y seguirá cambiando el clima, trastocando violentamente a peor las condiciones ambientales que dieron origen a la vida tal y como hoy la conocemos. Y las tan cacareadas energías renovables (eólica, fotovoltaica) no pueden, ni de lejos, sustituir completamente nuestra adicción al diésel, a la gasolina, a los plásticos, a los fertilizantes, a los asfaltos, a los plaguicidas y herbicidas, y a un sinfín de productos derivados del petróleo. Todas las guerras de los últimos 30 años, desde la primera Guerra del Golfo en 1991, han buscado apropiarse mediante la violencia del petróleo y el gas. Que no sólo están detrás del transporte de personas y mercancías, sino también de la producción de alimentos a través de la agricultura y la ganadería industrial, del sector de la construcción de viviendas y obras públicas, de todos los bienes de consumo industriales que utilizamos y de la mayor parte de la producción del sector servicios, donde el turismo es uno de los principales exponentes.

Empujado por estos profundos cambios, el mundo unipolar que surge tras la caída del muro de Berlín en 1989, alrededor de la hegemonía de Estados Unidos y los países integrados en la OTAN, comienza a girar hacia la multipolaridad.Países como China, Rusia e India exigen relaciones internacionales no subordinadas, donde sus intereses se encuentren en el mismo plano de igualdad que los de los países que hasta ahora han sido hegemónicos.

¿Y esto cómo va a afectar a la gente que hasta ahora ha depositado todas sus esperanzas en que los Gobiernos se encargarán de que estén llenas las estanterías de los supermercados, que no falte combustible en las gasolineras, que la electricidad y el gas llegue a casa y que en centros de salud y hospitales se traten las enfermedades? El colapso del sistema capitalista vendrá de la mano de carencias y penurias, y en ese contexto proliferarán revueltas sociales violentas para acceder a bienes esenciales para la vida. El hambre aflorará los peores instintos de los seres humanos, dispuestos a matar y violentar por una barra de pan o por un bidón de combustible, a asesinar a quien piensa distinto, a esclavizar y odiar al extranjero. Nada nuevo bajo el sol.

Bueno, salvo que en esta pendiente que nos lleva al precipicio logremos activar el freno de emergencia en forma de comunidad, paz y ayuda mutua.Justo lo contrario del individualismo, el mercado y la violencia que nos propone el capitalismo para satisfacer las necesidades humanas.

He aquí temas relevantes sobre los que merece la pena pensar en estos tiempos donde se viene abajo nuestro sistema de organización social, víctima de sus propias contradicciones internas, tanto de naturaleza social (obscena y creciente desigualdad) como ambiental (agotamiento de recursos y cambio climático acelerado).

Esta es mi humilde opinión, una más. Llego a ella después de analizar los signos y tendencias que acontecen a mi alrededor. Después de leer sobre historia, arqueología, antropología, sobre cómo vivieron y cayeron civilizaciones anteriores a la nuestra. Tras asumir las nuevas tendencias en biología que cambian la percepción de la evolución como una competición continuada y sanguinaria entre individuos y especies: “La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas” (Lynn Margulis). Y como no, leyendo las novelas clásicas que descubren simultáneamente las más nobles y ruines aspiraciones materiales y espirituales de las personas. De economía convencional, la que mayoritariamente se enseña en las facultades y se difunde por los medios de desinformación, mejor no leer ni escuchar nada, la vida digna poco tiene que ver con ella.

Mientras tanto, busco liberarme de la angustia de seguir viviendo de una manera que sé que conduce a un final trágico e injusto para muchos seres inocentes, tanto aquí al lado como allende los mares. La construcción de la paz, la ayuda mutua y la simplicidad material voluntaria son el camino. De esta situación nadie se salva solo/a, ni machacando a los/as demás.

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